HAY FESTIVAL: CONVERSACIÓN CON BORIS IZAGUIRRE

“Algún día la comida se considerará parte de la cultura. Y puede que sea más importante que los libros, señor Williams”. Rosalind, la protagonista de Un jardín en el norte (2012), novela de Boris Izaguirre, se expresa de manera intuitiva en una cena en Lisboa poco antes del estallido de la Guerra Civil española. El ojo de Izaguirre para la gastronomía y para destacar las delicias humildes de la cocina popular le convirtieron en un compañero brillante (y generoso) en la edición de 2019 del Hay Festival, en Segovia. Nuestra conversación – que se enmarcaba dentro del programa de la Fundación José Manuel Lara – repasó la cultura franciscana, la cocina histórica de chefs contemporáneos, la medicina de Galeno y la importancia de las aportaciones de judíos y moriscos a la cocina ibérica. El evento no hubiera podido tener un escenario mas apropriado, la alhóndiga de Segovia, una joya de la cultura mudéjar del siglo XVI. También hemos comentado history y story. Las obras de ficción histórica de Boris – story – especialmente Un jardín en el norte y La Casa del diamante (2008), finalista del Premio Planeta, se basan en su gran capacidad de evocar relaciones, paisajes, casas, jardines, comidas, viajes, por ejemplo que funcionan como cajas de resonancia, permitiendo que los lectores aprecien acontecimientos históricos desde nuevas perspectivas. Boris me preguntó: ¿al escribir El nuevo arte había tenido que recurrir a invención, o story? La respuesta es no: la belleza, y la dificultad, de historia narrativa – es decir, history, no story– radica en que cada detalle se arraiga y crece a partir de la investigación. Busco, eligo y creo un asemblaje de datos históricos capaz de revelar realidades, algunas veces tan inesperadas que nunca se hubiera atrevido a inventar. ¿Cómo inventarse, por ejemplo, que los franciscanos limpiaban las cazuelas con salvado, que el abuelo de Altamiras había sido confitero, o, por supuesto, que había adquirido sus técnicas de cocina en una comarca aragonesa con una herencia morisca única? Pero leyendo las obras de Boris, sí que hay un aspecto compartido: la psicología que se desarrolla en la cocina. Sus protagonistas femeninas, Elisa y Rosalind, comparten con Altamiras una ironía social que se revela en sus banquetes, por ejemplo, al colocar una sopa de frijoles o una ensalada marroquí en menus de banquete de estatus social elevado. ¿Hasta dónde llegó Altamiras en sus menus? No lo podemos saber, pero sus lacónicos comentarios, como que sus manzanas dulces no son aptas para monjas y su queja que tenía un ayudante que falló por incompetencia apuntan a que no pretendía ser un santo, sino un cocinero de pueblo y muy humano.

