EN LA COCINA CON ALTAMIRAS Y GOYA

¿Se conocían el fraile lego Altamiras, cocinero y portero, y Francisco de Goya, aprendiz de artista adolescente? Parece muy probable. Vivían en el mismo barrio zaragozano de San Gil, una parroquia zaragozana de huertas, talleres de artesanos, monasterios y conventos donde se servían a mediodía sopas diarias a los pobres en la calle. Goya recibía sus clases de pintura en el palacio de la familia Pignatelli, mecenas de artistas y de los franciscanos: la huerta donde Altamiras iba a recoger agua del pozo lindaba con el jardín del palacio. A lo mejor sus pasos solo se cruzaran por la calle, pero compartían inmersión en la sopa cultural de Zaragoza de los 1760s, una mezcla de feudalismo y de la ilustración incipiente del siglo XVIII. Los dos coincidían también en sus gustos gastronómicos con origen en la llanura al sur de Zaragoza donde nacieron en La Almunia y Fuentetodos. En 1780 Goya, acostumbrado al lujo de la corte madrileña, escribió que para su casa, “me parece que con una estampa de Nuestra Señora del Pilar, una mesa, cinco sillas, una sartén, una bota, y un tiple, un asador y un candil, todo lo demás es superfluo.” Zapater, su amigo, enviaba al artista chocolate y café durante sus años en Madrid, y solía recibir agradecimientos entusiasmados por escrito. En 2017 escogí las cartas de Goya por un breve ensayo comparando su afición personal por la buena comida con la ausencia de bodegones celebratorios del placer y belleza de comer. Desde una mirada histórica – y no de la historia del arte – esta ausencia es significativa dado el poder du sus grabados posteriores que golpeaban su público con los horrores del hambre durante la guerra peninsular. El recetario de Altamiras, preludiado con la ira de un testigo del hambre, puede aparecer simplemente una colección de sabores y aromas, pero cuando vemos ese hambre amplificado en las obras de Goya, y sin compensación gastronómica, nos damos cuenta mas bien de un cambio de sensibilidad revelado primero en el libro, un salto psicológico desde el mundo fijo de hierarquia alimentaria hacía la conciencia social del comedor moderno.